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Recapitulando un poco las etapas de mi vida, encuentro un poco complicada la explicación, por lo que, intentaré de alguna manera sobrellevar la reconciliación con las palabras.

Yo, que desde niña fui sensible a las paradojas temporales, me quedé atrapada una vez entre el sexto y el séptimo piso de un ascensor horrible. Pasé días preguntándome si el lugar en el que estuve existía en realidad. Será por eso que las siguientes historias, aunque remotas, aunque escondidas, dejaron una huella cóncava dentro de mí.

Nací en algún día del año 2000 cuando recibí mi primer libro: El flor amarillo de barrancones. Un regalo que aun conservo (Y que he releído tantas veces que ya lo sé de memoria). Creo que he vuelto a nacer en muchas otras ocasiones pero cada vida conserva su propio infinito, por ahora hablaré de esta (o aquella).

Conservo memorias de viajeros y personas desconocidas. Humanos errantes y cabizbajos que cuentan historias, y que de vez en cuando guardan en mi maleta miradas, sonrisas y lagrimas, ya sabes; de esos regalos que te dan los extraños.

Sobre mis logros diré que, el mayor reto ha sido aprender de mi (o protegerme). Es difícil superar los miedos, pero que sabré yo de superar miedos si aún le tengo miedo a la olla a presión. 

Me escondo de la realidad debajo de los libros, con el transcurso de los años e aprendido que son la mejor cobija en tiempos de frío.

Escribo de vez en cuando, cuando las palabras se me desbordan por los poros y no hay otra manera de deshacerme del exceso de sentimientos. 

(Esta es una historia pequeña, sesgada y egoísta. Sé que es eterna porque parece el maldito cuento de nunca acabar, donde yo soy la bruja, la princesa y el lector. Es tan minúscula que sólo puede estar llena de infinito y de una palabra escrita en cursiva: volver. ¿El final? No, esta estúpida historia tampoco tiene final. Qué miseria de metáfora, qué mierda de conclusión) Empecé por preguntarme quién soy y terminé por responderme que soy sólo un fruto de la casualidad.

                                                        Nessi.

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