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Beso a deshora

  • Foto del escritor: nessimorales
    nessimorales
  • 22 feb 2018
  • 1 Min. de lectura

Vine a romperte un texto en este pedazo de papel. (Disculpen, la osadía, no quisiera que confundieran mis palabras con cualquier rima desesperada). Anotado todo en un pequeño cuaderno que me hace las veces de valiente redentora, traigo en el bolsillo todo lo que una vez sentí en la historia, fíjense, en la historia que nunca existió:

Mi cara de tonta de aquel jueves de diciembre, mi corazón latiéndome en la boca, (parecía que nunca morirían las prisas por vivir), mi sonrisa después de que llegaras con todos tus caballos, con todas tus legiones, mi “no sé cómo he podido vivir sin ti”.

Prendiste la mecha con un beso a deshora y ya nunca tuvimos solución. Contábamos entonces los tesoros a manos llenas: las tardes de vino, los paseos de la mano por la candelaria, nuestros ojos bailando en encuentros mientras fotografiamos el incendiado cielo de bogota.

Pero el paraíso se volvió ayer. La guerra llegó a Macondo. Sucedió que tuvieron miedo los valientes y los cobardes no quisieron huir. Perdieron su luz todos los cuadros de Sorolla. La soledad de dos cuerpos desnudos en una cama vacía de porvenir.

Y fuimos nosotros la peor canción de Sabina, el chiste malo de la cena, un último beso con sabor a decepción, un poema de amor menos un enamorado. Aprendí tarde y de mala gana que no por volar más alto consiguieron mis ganas llegar más lejos, que no quisimos querernos más, que no supimos querernos menos.


 
 
 

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